Los finales de verano se repiten en mi vida cual déjà vu post vacacional.
En un arranque de valentía, comienzo mis vacaciones convencida de que este año me aprendo el guion para septiembre, lo juro, palabrita del niño Jesús.
A los pocos días, tomando el sol a media tarde, decido que si me aprendo unos cuantos folios, puedo estar contenta y sentirme orgullosa de mí misma.
Pasa el tiempo y a la par que mi cuerpo se ensancha con los aperitivos veraniegos, decae mi ánimo por el estudio y decido que los diálogos más relevantes de la obra son los que merecen toda mi atención. Y a por ellos voy (tras terminarme la cervecita).
A finales de agosto, puedo sentirme orgullosa si en algún momento de mis ajetreados días de descanso, he sacado los papeles de su carpeta y los he aireado un poco.
Conclusión, en 15 días retomamos clases y volveré a demostrar lo buena que soy improvisando.